El oscurantismo

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En las regiones de Nigeria donde se aplica la ley islámica han prohibido que se administre a los niños la vacuna de la poliomielitis. Los líderes religiosos musulmanes sospechan que la finalidad de la vacuna no es prevenir el contagio de una enfermedad terrible, como aseguran los funcionarios de la Organización Mundial de la Salud, sino esterilizar a los niños para atajar así la expansión demográfica del Islam. En España la poliomielitis, la polio, ya está afortunadamente olvidada, pero yo recuerdo el miedo con que decían esa palabra los mayores cuando yo era niño y el valor que se concedía entonces a la novedad de la vacuna, que era uno de los inventos prodigiosos de los nuevos tiempos, del mismo orden que la leche en polvo, la Coca- Cola y los cubos de plástico. En las conversaciones de los mayores, la poliomielitis era el nombre de un monstruo más temible que los de las pesadillas y los cuentos; todos habíamos oído hablar de niños que morían por su culpa y conocíamos a otros que se habían quedado paralíticos, o que caminaban con unas pesadas armazones de hierros articulados sosteniéndoles las piernas demasiado frágiles.

El pasado lejano de unos es el presente amargo y el porvenir sin esperanza de otros. Los niños que mueran o queden tullidos por culpa de la polio en Nigeria no serán víctimas de la pobreza y el atraso, sino del oscurantismo religioso, que con tanta frecuencia se impone insensatamente sobre el sentido común y desbarata las posibilidades de progreso, y que tiene la culpa de tanto dolor y tanta muerte en el mundo. En nombre de la religión hay padres que niegan a sus hijos la posibilidad de salvar la vida gracias a una simple transfusión de sangre, y en muchas regiones del mundo donde prevalecen el catolicismo, la superpoblación y la pobreza, la Iglesia se obstina en condenar el control de natalidad. Los mandamientos de la ortodoxia son más sagrados que los seres humanos: nada más práctico, más eficaz y más barato para evitar enfermedades terribles que un preservativo, y sin embargo la Iglesia católica proscribe su uso entre los fieles con la misma ceguera irresponsable con que los mulás nigerianos condenan la vacuna de la polio. Incluso hay obispos que confunden la teología con la epidemiología y aseguran con perfecta tranquilidad que el preservativo no evita al cien por cien el contagio del sida.

Ya sé que hay que andarse con pies de plomo al hacer alguna crítica a las religiones. Los creyentes se declaran “heridos en sus sentimientos” con una facilidad que raramente se nos reconoce a los ateos y agnósticos cuando se nos hieren los nuestros. Si la criticada es la Iglesia católica se esgrime enseguida el fantasma del “anticlericalismo trasnochado”, pero si se hace una referencia que pueda sonar negativa para el Islam entonces uno estará pisando el terreno todavía más vidrioso del multiculturalismo. Hay gente bien intencionada que deplora las actitudes retrógradas de la Iglesia y sin embargo celebra como muestras de multiculturalidad y mestizaje algunas exhibiciones igual de impúdicas de oscurantismo musulmán. Se escandalizan con razón si a una profesora la expulsan de un colegio religioso porque se quedó embarazada siendo soltera, pero guardarán silencio cautelosamente ante la noticia de que un maestro de escuela ha sido condenado en Arabia Saudí a trescientos latigazos por una acusación de apostasía. “No hay que satanizar al Islam”, se dice con mucha frecuencia. Se repite más todavía después de los hechos terribles del 11 de marzo.

No hay que confundir a la inmensa mayoría de musulmanes pacíficos que viven y trabajan en nuestro país con los fanáticos sanguinarios que provocaron la matanza de Madrid, pero sí está bien recordar que uno de los rasgos fundamentales de las sociedades democráticas y desarrolladas es que la religión pertenece en exclusiva al ámbito privado de cada uno y que la autoridad que le conceden sus fieles sobre los asuntos del otro mundo no se extiende a los de éste. Me parece muy bien que un católico se garantice la salvación eterna prescindiendo en su intimidad conyugal de toda cautela anticonceptiva, pero no estoy dispuesto a tolerar que las normas peculiares de su fe tengan jurisdicción sobre mi vida. Y no creo que sea una falta de respeto al Islam ni a ninguna otra religión si las autoridades sanitarias no aceptan excepciones en la obligación de la vacuna de la polio.