Chavesnogalismo

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Me han alegrado la mañana, y el día, estos dos cineastas jóvenes que están haciendo un documental sobre Manuel Chaves Nogales, Luis Felipe Torrente y Daniel Suberviola, y lo están haciendo prácticamente sin dinero, sin ayuda oficial de nadie, con una cámara y una dosis ilimitada de entusiasmo, aprovechando un piso vacío en el centro de Madrid que les ha dejado un amigo para que lo usen como estudio. Han puesto en él, para ambientarse, una máquina Underwood de 1918 y una pequeña estantería con los libros de Chaves Nogales. He ido a verlos esta mañana, y ya era una gloria atravesar en bici un Madrid soleado en el que hacía menos frío que estos dias atrás. Luis Felipe y Daniel están buscando por las hemerotecas y las filmotecas, y una parte del material que han encontrado estoy seguro que va a ser asombroso. Es conmovedora, y también ejemplar, esa vocación de hacer algo por el gusto de hacerlo, por vindicar a un hombre tan olvidado durante tantos años y tan necesario ahora, tan único en su lucidez, que está a la altura de esos pocos que no se dejaron envenenar ni cegar por la seducción de las ideologías totalitarias, Barea, Orwell, Max Aub, Camus. Hablando de Chaves se nos olvida la cámara y pasan dos horas. Me enseñan un texto escrito por un amigo suyo en el que éste recuerda la queja última de aquel testigo que vio tantas cosas y no tuvo tiempo de ver la que más le importaba: qué pena morirme, le decía Chaves, sin ver la derrota del fascismo. Se murió un mes antes del desembarco aliado en Normandía.

Leemos en voz alta fragmentos de Chaves Nogales. Su retrato de Goebbels es fulminante: el hombre de la gabardinilla y de la pata coja. Chaves lo entrevistó en Berlín en 1933 y consignó su alivio al pensar que en España no había fanáticos de aquel calibre terrorífico. Nadie está libre de pecar de optimista. Me despido de estos dos amigos, que se quedan tramando episodios futuros de su documental en el gran piso vacío. El sol es aún más cálido a la una de la tarde y noto la alegría en el vigor de las piernas cuando vuelvo a casa, cruzando la Castellana por el puente de Juan Bravo, en este Madrid que le gustaba tanto a Chaves Nogales.