Misterios policiales

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Uno de los placeres inmemoriales de la novela es el de asomarnos al funcionamiento de un mundo cerrado que despierta nuestra curiosidad y del que sabemos muy poco. Las tramas de John le Carré en sus mejores años a veces eran de una tortuosa complicación en la que uno podía perderse con facilidad: pero lo que de verdad nos atraía era la atmósfera menos aventurera que administrativa del servicio secreto británico, ese Circus por el que deambula como un fantasma absorto George Smiley, y en el que David Cornwell había trabajado antes de hacerse novelista y adquirir otro nombre más exótico. Smiley indaga en archivos, examina con sus gafas de aumento los expedientes que algún funcionario le ha traído en un carrito de ruedas. Es un mundo desconocido para nosotros y muy pronto se vuelve un mundo familiar, tanto como el de la policía judicial de París, donde trabaja a su ritmo el comisario Maigret, lento e infalible, con la eficacia doble de la adivinación intuitiva y de los protocolos de la burocracia francesa.

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