Un retrato de Lenin

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En Estocolmo, en una parada del viaje largo y complicado que lo llevaba de regreso a Rusia, alguno de los acompañantes de Lenin le sugirió que debería comprarse ropa nueva. En Zúrich, y antes en Londres y en París, Lenin había llevado una vida austera de exiliado, sosteniéndose apenas con colaboraciones de prensa y con el dinero que le mandaba desde Rusia su madre. Venía además de pasar varios días seguidos en el tren sellado en el que cruzó Alemania, en un vagón de tercera, en condiciones penosas de alimentación y de higiene. Pero ahora estaba a punto de llegar a Rusia, en medio de la revolución inesperada que había estallado en su ausencia, dispuesto a salir al escenario convulso de Petrogrado, a reclamar el lugar que le correspondía en él a su partido bolchevique. No podía presentarse en la ciudad y subir a las tribunas con el mismo traje usado de siempre, de pantalones demasiados estrechos, deshilachados en las perneras, con unas botas tan viejas que tenían agujeros en las suelas. De modo que en Estocolmo entró en una tienda de ropa y se compró un traje y un chaleco nuevos. Compró también un sombrero hongo y, en el último momento, una gorra de visera.

[…]

Seguir leyendo en EL PAIS (01/12/2017)