Un viajero del futuro

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Vino el gran Gotardo a resolvernos -presencialmente, por usar la palabra técnica- diversos sobresaltos informáticos,  y no paraba de echar vistazos de soslayo al teléfono. Alicia, su compañera, ha salido de cuentas, y hay un Oliver González resuelto a irrumpir de un momento a otro en el mundo. A Gotardo se le ve tranquilo y hasta risueño. Como los buenos médicos, tiene el don de tranquilizar a sus pacientes, aunque con frecuencia comparte con ellos la perplejidad ante las muchas incertidumbres del mundo digital. O a la mejor no las comparte, y lo finge para que nos sintamos más acompañados, o menos lerdos o indefensos.

Quizás la llegada de Jorgito hace unos meses y la ya inminente de Oliver indican un patrón de natalidad recobrada. Una de las ventajas de ir siempre caminando por ahí es que uno elabora sus estadísticas caseras, sus conatos de evaluación cuantitativa. Yo observo una abundancia nueva de mujeres embarazadas y de carritos de niños. También observo que la gente fuma una barbaridad, y que cada acera es una alfombra de colillas, y un cenicero el alcorque de cada árbol, y que las terrazas de los bares nos están dejando sin espacio públicos, igual que las pantallas y los grandes telones publicitarios que cubren edificios enteros nos están forzando siempre a mirar un anuncio.

Pero lo que me gusta es observar lo que tal vez sea un repunte en los  embarazos y en los nacimientos. Ayer, mientras esperaba a cruzar un paso de cebra, miré a mi lado y había una madre joven con un bebé de seis o siete meses, con esa mirada imperiosa que ya tienen a esa edad. Miré al bebé echado en su carrito y él se me quedó mirando. Sentí que esa mirada tan seria y profunda venía desde un abismo del tiempo. Ese bebé es un habitante del futuro. Será adulto en un mundo que yo no conoceré. El futuro en el que ya no estaremos nos resulta todavía más raro y difícil de imaginar que el pasado anterior a nuestro nacimiento.