El viento del cine

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En el tránsito hacia el siglo XX empezaban a ocurrir cosas inauditas, todas ellas asociadas con la aceleración del movimiento. Había carruajes moviéndose sin que ningún animal tirara de ellos. Cabalgar estaba al alcance de cualquiera gracias a las bicicletas. Había aparatos tripulados que levantaban el vuelo. Y hasta las imágenes inmóviles desde el principio de los tiempos ahora se movían sobre sábanas blancas, en los barracones de feria de las primeras proyecciones cinematográficas. Al menos desde las pinturas de animales de la cueva de Chauvet algunos seres humanos habían intentado la tarea imposible de apresar el movimiento en representaciones visuales. El fluir del tiempo había sido durante milenios un privilegio exclusivo de la música y la danza. Las bailarinas de Degas eran igual de estáticas que las de los frescos cretenses de 3.000 años atrás. El humo de las locomotoras que pintaba Monet casi parecía que flotaba, pero estaba detenido, igual que la luz del sol en sus versiones sucesivas de la catedral de Rouen.

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Seguir leyendo en EL PAÍS (13/05/2017)