Qué mundo

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Tenía muchas otras cosas mejores, más necesarias, más placenteras, más inútiles que hacer, pero no lo he podido evitar. He seguido entera, en la página web del New York Times, la rueda de prensa de Donald Trump. Que un presidente hable de uno de los dos o tres periódicos más importantes de su país llamándole cada vez “the failed New York Times” ya empieza poniendo mal cuerpo. Luego están, aparte del pelo, aparte de la exhibición de la vulgaridad del acento(no hay mayor vulgaridad que la de los muy ricos), los movimientos que ese hombre hace con la boca, cómo la contrae como la de una lamprea, cómo se regocija de ser él mismo y de no saber nada, de no  tener el más liviano barniz de civilización, de contención. En manos de este individuo está el planeta Tierra, el único habitable  al menos en el Sistema Solar, el único con una atmósfera y unas condiciones -desde el tamaño a la distancia con el sol y al efecto gravitacional corrector de la Luna y de la gran masa de Júpiter- en las que es posible la vida de especies como la nuestra.

Viéndolo me ha venido un pensamiento muy triste, que tal vez enfadará a mis amigos americanos. Trump es más representativo de la realidad de Estados Unidos de lo que fue nunca Obama. Obama, que tuvo unas cuantas cosas admirables, parecía siempre alguien que andaba por encima, un adorno, una extravagancia. Ahora lo veo en esas fotos en las que se ríe practicando deportes acuáticos en las islas privadas de los multimillonarios que lo invitan y me da una gran tristeza. Trump representa mucho mejor a su país: en la grosería autoritaria, en la jactancia patriotera, en la exhibición despótica del dinero, en la falta de piedad a los que son débiles o a los que se quedan atrás, en la crueldad de un capitalismo sin amortiguadores que destroza físicamente a las personas igual que arrasa el medio ambiente. Claro que en Estados Unidos hay muchas personas decentes, con un sentido muy exigente de la integridad, de la justicia, del pluralismo político, de la igualdad entre las personas. Pero esa cara fea, autoritaria, chovinista, grosera, no es solo la de Donald Trump.

A pesar de todos los pesares, mi única esperanza política es la Unión Europea. No soy un ingenuo. Miro el mundo. Voy a veces a países en los que la policía es más peligrosa que los delincuentes y en los que tener una enfermedad grave y no tener dinero es una condena sin remedio. En lugar de leer o escribir o pasearme he visto entera una rueda de prensa de Donald Trump.

No sé si la Europa que muchos de nosotros hemos soñado y deseado y disfrutado tiene porvenir. Pero no hay otra esperanza. Como dice el personaje de Woody Allen cuando se niega a someter a su madre al tratamiento psiquiátrico que podría disuadirla de pensar que es una gallina: “No puedo. necesitamos los huevos”.