Perder las formas

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Hay que prestar atención cuando personas que parecen situadas en extremos ideológicos opuestos usan los mismos argumentos, repiten las mismas palabras y consignas, en un tono parecido. Las palabras “élite” y “elitista”, por ejemplo. Nunca se habían usado tanto como ahora. Y nunca en un tono tan homogéneo, de acusación y desprecio. Hay que oírlas en boca de Donald Trump, de sus asesores y sus animadores, para los cuales tienen además la repugnancia añadida de ser unas palabras francesas. Para un reaccionario americano, Francia y lo francés provocan una animadversión morbosa, que resume todo lo que desprecia: la buena alimentación, el vino, la libertad sexual, el Estado de bienestar, el tabaco, el laicismo, las mujeres que se ponen tacones altos y se pintan los labios para ir al supermercado o llevar los niños al colegio.

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