Otra inminencia

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Como cambiaron la hora el domingo hoy he salido a dar una vuelta por el barrio antes de las cinco y ya estaba anocheciendo. Uno de esos anocheceres tempranos y suaves de noviembre, en los que de pronto no queda rastro de los colores cálidos del día, los amarillos y ocres y rojos de la vegetación, los de las calabazas en las puertas de los supermercados. Era una tarde atenuada, pausada. Había un ritmo más lento que sin duda tiene que ver con la jornada electoral. Mucha gente pasa con sus chapas de haber votado en la solapa. Mucha gente también, mujeres sobre todo, con insignias de Hillary, algunas con la frase célebre en la camiseta: “Nasty Woman”. Esa extraña variante de equidistancia que circula por ahí y sostiene que la campaña es un desastre porque los dos candidatos son indeseables me parece alucinante. ¿Igual es Hillary Clinton que Donald Trump? Ayer decía Obama de este último: “Si sus asesores han tenido que quitarle el control de su cuenta de Twitter, ¿alguien puede confiarle el control de las armas nucleares?”

He ido a visitar un colegio electoral, en una escuela pública de la 109. Todas las indiciaciones están en inglés y en español, y en muchos casos en chino. Es una escuela de aire tan noble y gastado que parece de un barrio español. En la puerta de entrada unos niños han instalado un puesto de refrescos y meriendas. Entre los votantes y entre la gente de las mesas hay más negros que blancos. No hay urnas, sino unas máquinas de votar que parecen cajeron automáticos muy rudimentarios. Lolita, que me acompaña en el paseo, se sube a las piernas de una señora que lleva una chapa de Hillary. Lolita tiene esos accesos arbitrarios y apasionados de amor por seres humanos a los que no ha visto antes nunca. La señora la acaricia y le dice: “Espero que hayas venido a votar lo mismo que yo”.

Como vendrán algunos amigos de aquí y de allá a ver los resultados paso por la tienda de vinos. En cuanto termine este apunte me pondré a cocinar una tortilla de patatas. Me gusta el aire tranquilo que hay en la tarde, aunque por dentro no pierdo el miedo. No voto aquí, de modo que mi opinión es bastante desinteresada. No es verdad que la principal razón para votar a Clinton es no votar a Donald Trump. La principal razón es ella misma, Hillary Clinton. La competencia con Bernie Sanders tuvo la virtud de acentuar su inclinación hacia la justicia social. Yo la he admirado desde que en 1993 la vi dar un discurso ante el Congreso proponiendo la idea de un sistema universal de salud pública. La ferocidad de los ataques que recibió entonces no la he olvidado. Ella y Obama son casi los únicos políticos de Estado Unidos que no fingen demagógicamente ser menos inteligentes o menos articulados de lo que son.

Pero cualquier cosa puede pasar, puede estar pasando ahora mismo. Trump es uno de esos payasos a los que es preciso tomarse horriblemente en serio. Es un síntoma de una enfermedad y una parte de la enfermedad misma. Como una bolsa de pus avisa de una infección y al mismo tiempo la agrava. Que haya que tomárselo muy en serio no exime de ver con claridad lo que tiene de ridículo. Anoche veíamos a Alec Balwin parodiarlo magistralmente en un especial de Saturday Night Life y nos dábamos cuenta de que a pesar de su talento, Baldwin no puede ser más paródico que su modelo. Es importante observar lo ridículo porque contiene una de esas alarmas que solo nos hace ver la estética. Pero a ningún payaso con ambición de poder le ha perjudicado su visible ridículo. O sus adoradores no lo ven, o lo encuentran entrañable.

Escribo al lado de la ventana. La calle 106 está silenciosa y oscura, con muchas ventanas iluminadas en el edificio de enfrente. Uno quisiera saber que está sucediendo ahora mismo debajo de esta quietud.