En el jardín de Trotski

Publicado el

Al niño lo despertaron en la oscuridad los gritos y el estruendo de los disparos. Saltó al suelo y se escondió a gatas debajo de la cama, lo más hondo que podía, en el rincón debajo del cabecero, y ahí se quedó no recordaba luego cuánto tiempo, encogido contra la pared, con los ojos muy abiertos y las manos en los oídos, escuchando el golpe de la puerta abriéndose de una patada, y luego los gritos y los pasos de los hombres que retumbaban en el suelo donde él yacía y sobre todo el tableteo de los disparos, no de pistola ni de fusil sino de metralleta, aquellas metralletas Thompson que se veían en las películas de gánsteres. Pero en las películas los disparos no sonaban con tanta violencia, más aún en el interior de habitaciones cerradas. El niño los sentía acercarse, chocar contra las baldosas, clavarse contra el yeso de la pared de su dormitorio y contra la puerta que lo separaba del cuarto de su abuelo. Era a su abuelo a quien venían a matar, y él habría querido salir de su escondite para protegerlo, pero estaba paralizado y tiritaba de miedo, todavía con algo de la irrealidad del sueño en su conciencia. El olor y el humo de la pólvora lo sofocaban. Bastaría un estornudo para que los ejecutores descubrieran su presencia. Era como en esos cuentos en los que un niño está escondido en un sitio estrecho y seguro y escucha en la oscuridad pasos amenazadores que se acercan, pasos de hombres cargados con armas automáticas y calzados con botas de tacones que redoblan en el suelo.

[…]

Seguir leyendo en EL PAIS (22/10/2016)