Brindis por Ford

Publicado el

La alegría más limpia que le da a uno o un premio es ver que lo recibe un escritor al que admira. En el caso de Richard Ford y del Princesa de Asturias estoy más contento aún porque fui uno de los promotores de su candidatura. Invitado por mi antigua editora, Drenka Willen, fui a una recepción literaria en Nueva York y entre los desconocidos que circulaban por allí reconocí la cara franca y morena de Richard Ford. Parecía un carpintero que pasara mucho tiempo al aire libre y que acabara de llegar a la ciudad. La recepción era en uno de esos apartamentos de millonarios cultivados que hay por Central Park West. Los dueños tenían una colección alucinante de máscaras Inuit. Yo las miraba con mucha atención porque me gustan mucho y para disimular mi extrañeza, la incomodidad de no conocer a nadie. Un camarero asiáticos de chaquetilla blanca me sirvió un vaso de vino. Yo buscaba entre la gente la cara distinguida y el pelo blanco de mi editora y no la veía. Paul Auster era tan convincente o tan poco convincente como un actor bastante guapo que interpretara a Paul Auster. Por uno de aquellos salones me encontré con Richard Ford. Como también estaba solo me animé a dirigirme a él y le dije que era uno de mis escritores favoritos. Sus ojos muy claros irradian una luz cordial. Me dio un apretón de mano como de carpintero. Creo que se puso contento cuando le dije que en España y en América Latina tiene muchos lectores.

Algo que me gusta mucho de los mejores novelistas americanos a los que he llegado a conocer es su perfecta naturalidad, sin rastro de pose o de impostura. Es muy fatigoso estar con alguien que representa un personaje, a veces desde hace tanto tiempo que ya se le ha confundido con su identidad real.