Demasiado Picasso, demasiado poco

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No hay sustituto para la contemplación directa de la obra de arte. Cuanto más proliferan y se perfeccionan los simulacros de lo virtual, mayor es el efecto de sorpresa de lo que llamó George Steiner las presencias reales. En las imágenes de Google Art uno se sumerge para aprender pormenores significativos que el ojo no habría advertido, pero nada de lo aprendido en ese examen sirve para percibir la obra en una plenitud que es visual pero también es táctil, aunque no la toquemos, y que implica el cuerpo entero. Estar delante de un cuadro es como estar delante de un árbol o de una casa o de una persona. Basta un paso al frente o hacia atrás para que cambie una relación en la que existe algo parecido a una corriente magnética en ambas direcciones. El aficionado ávido que ya ha visto más veces la obra y sabe dónde está emplazada la va anticipando cuando se aproxima a ella: en el umbral de la sala o al fondo de un corredor la distingue de lejos. La hora del día, la presencia o la ausencia de público, el estado de ánimo, el cansancio, el nerviosismo, intervienen en la experiencia.

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