Un día de agosto

Publicado el

Un día de finales de agosto ocurrió uno de los grandes encuentros misteriosos de la historia del Arte. Lo he descubierto leyendo un libro que me ha prestado mi amigo Chislett, lector implacable: SPAIN: The Centre of the World, 1519-1682, de Robert Goodwin. Está claro que los historiadores británicos tienen un don particular para la narración histórica. En agosto de 1519, cuenta Goodwin, el emperador Carlos V estaba en Bruselas, adonde había llevado consigo, para exhibirlo y exhibirse, un tesoro de oro y plata recién llegado de las Indias. Las dos piezas más destacadas eran un sol de oro y una luna de plata, cada uno del tamaño de un hombre. Alberto Durero estaba en Bruselas y vio esos dos objetos inauditos, con sus monstruos y dioses labrados, sus animales mitológicos, todo completamente ajeno a cualquier cosa que él hubiera visto antes, con sus ojos de pintor. ¿Cómo se ve algo sobre lo que se carece casi de cualquier información, de toda clave interpretativa? Sería como ver un objeto llegado desde otro planeta. Durero pasó mucho tiempo contemplando aquellos objetos, maravillado por el refinamiento de su ejecución, por su presencia física formidable, oro y plata macizos. En su cuaderno de viaje anotó: “En toda mi vida no he visto nada que regocije mi corazón tanto como estas cosas”.