Una alegría

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Algunas de las mayores alegrías políticas que he disfrutado me han llegado de lejos. La primera de todas, la revolución en Portugal,en el abril de Madrid de 1974. Y luego la victoria de la izquierda en Francia en el 81, y la caída del Muro de Berlín en el 89, y la elección de Obama en 2008. En noviembre de 2008 yo estaba en Nueva York, pero veía la disputa política desde mi lejanía de español y europeo, aunque eso no amortiguó mi alegría. Iba tan contento en el metro a media noche que me pasé de estación y acabé en las profundidades de Harlem.

Nada más levantarme el otro día escuché en la radio pública, mi gozo cotidiano del desayuno, el resultado del referendum sobre el matrimonio homosexual en Irlanda, que además es un acto de soberanía contra el poder de la iglesia católica. Esta tarde, en el domingo casi veraniego de Nueva York, en la fiesta prolongada del fin de semana de Memorial Day, en vísperas de viaje, vuelvo a casa y suena el teléfono y Elvira me cuenta los resultados de las elecciones en España. La distancia hace más limpia la alegría.