Una obsesión

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Lo más atractivo del trabajo de profesor -la palabra es demasiado enfática-  es las oportunidades que le da a uno de aprender. Aprender de los libros que uno cree conocer y que ha de leer de nuevo al menos dos veces, con un lápiz y un cuaderno al lado, para hablar de ellos en clase, descubriendo que en realidad no los conocía, que eran, casi siempre, mejores de lo que uno recordaba, y que están llenos de riquezas ocultas. Y aprender del modo en que esos libros son leídos y discutidos por los estudiantes, observando así el primer encuentro de alguien con esas obras que forman parte de la vida de uno. Cómo es leer por vez primera La invención de Morel, El curioso impertinente, El nadador de John Cheever.

Uno sale agradecido y confortado. La transmisión de esos fuegos que no pueden apagarse está asegurada. Leíamos el otro día El curioso impertinente y pensé que es tal vez la primera novela psicológica escrita en español: una historia que consiste casi exclusivamente en el estudio de un proceso obsesivo. Por su densidad y su claustrofobia me hace pensar en algunas novelas cortas de Henry James. Así cuenta Cervantes la fuerza maléfica de una obsesión:

“Vivo yo el más despechado y el más desabrido hombre del universo mundo; porque no sé qué días a esta parte me fatiga y aprieta un deseo tan extraño y tan fuera de uso común de otros, que yo me maravillo de mí mismo, y me culpo y me riño a solas, y procuro callarlo y encubrirlo de mis propios pensamientos”.