Mi admirado

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No creo que haya muchas cosas más nobles que la admiración. La admiración racional, cordial, respetuosa, que no exagera ni aleja al admirado ni disminuye al que admira, la admiración que es reconocimiento en el doble sentido de la palabra: reconocimiento del mérito de otro, y reconocimiento de uno mismo en el otro, en el que encuentra lo que le parece mejor, lo que le enseña cosas y le impulsa a empeñarse también en sus capacidades mejores. Galdós hizo un elogio extraordinario de la admiración en su prólogo a La Regenta, esa primera novela de un desconocido más joven que él en la que reconoció de inmediato un talento que lo entusiasmaba y que lo desafiaba. Es muy probable que sin el espoleo de La Regenta Galdós no hubiera escrito Fortunata y Jacinta.(En España, entre escritores, despreciar a Galdós es una moda intelectual que no se pasa nunca: lo asombroso es que emitan juicios tan terminantes sobre él sin haberlo leído, pero esa es otra historia).

Yo admiro a Santos Juliá. Lo admiro como historiador y como ensayista político. Pertenece a la mejor España ilustrada. Y además es un hombre cordial y atento a las cosas, un comensal extraordinario, con el que pasar horas charlando y aprendiendo. Hoy he leído en el periódico este artículo suyo:

LA DEVASTACIÓN DE LOS BIENES PÚBLICOS