Primer Buenos Aires

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En el otoño austral de 1989, Buenos Aires parecía una ciudad apocalíptica. Llegamos en medio de una campaña electoral y de una inflación desbocada. El papel moneda, aquellos australes de tan fugaz duración, se deterioraba y se le deshacía a uno entre las manos casi a la misma velocidad que se volatizaba su valor. Las turistas españolas volvían cargadas de abrigos de pieles, de botas de cuero, de bolsos ostentosos de cuero. En los escaparates de las peleterías y de las tiendas de ropa, los dependientes en calcetines se movían entre los maniquíes cambiando a toda prisa las etiquetas de los precios. De un día para otro aumentaba mágicamente en nuestros bolsillos la capacidad adquisitiva de los dólares. Como había sucedido en Alemania en los tiempos de la gran inflación, en los primeros años veinte, la pérdida vertiginosa del valor del dinero, las sumas y multiplicaciones cada vez más altas que era necesario calcular, lo sumían todo en una irrealidad delirante, en una sensación de vértigo. La mente humana soporta mal un grado tan extremo de incertidumbre. En las puertas de los bancos había colas de gente desesperada por comprar dólares, lo mismo señoras de porte heráldico que trabajadores con mono azul y hombres graves con aire de profesores jubilados y trajes deslucidos.

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Buenos aires, por Alex E. Proimos
Buenos aires, por Alex E. Proimos