Otro futuro

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Da escalofríos la crónica de Nieves sobre los ancianos muertos:

Cuando entras en la casa de un anciano muerto hace días, sueles encontrarle en el sofá o caído en el baño (en ese caso, con frecuencia les rodea un charco de sangre seca). Les conoces así, tardíamente, a través de sus casas: la mayoría tienen muchas latas en la cocina, fotos en blanco y negro de pareja feliz, fotos en color en las que se adivinan hijos y nietos, recuerdos de viajes y también libros, muchos más que en las casas de la gente viva.

Cuando voy por mi barrio en Nueva York y me cruzo con tantas personas abandonadas a su suerte, locos, mendigos, caídos, amputados, ancianos que apenas pueden caminar apoyados en andadores, naúfragos que viven en medio de los otros como en el abandono y el trastorno de la soledad en una isla desierta, me digo siempre que en mi país, en mi Europa, estas cosas no pasan, o no con tanta crueldad, que todavía hay vínculos familiares, ayudas sociales, sanidad pública, no esta frialdad pavorosa de aquí frente al débil o el fracasado o el enfermo sin dinero. Si ese es el futuro que nos están preparando, el que ya ha empezado a existir, no tendremos disculpa por no haber sabido defender lo mejor que teníamos.