Manolo y Paco

Publicado el

De adolescente me impresionaba mucho el estribillo de aquel poema de Bécquer: “Dios mío que solos/ se quedan los muertos”. En Oviedo, entre tanto barullo, en la isla cálida, numerosa y un poco estrafalaria de mi familia, me acordaba de dos muertos queridos que no quería que se me quedaran atrás, Paco y Manolo, mi padre y el padre de Elvira, mi padre con su veteranía de la muerte y el de Elvira tan recién llegado a ella. Y los echaba más de menos porque casi podía verlos en el lugar que habrían ocupado, el que tienen en algunas fotos que ya van quedándose antiguas, los dos sonrientes y fornidos entre los suyos alrededor de una mesa grande, los dos con esa elegancia de las personas de antes, rodeados de hijos, nietos, novias, amigos tan próximos que ya son familia, una de estas familias  en las que se mezclan filiaciones diversas, lazos genéticos y lazos de amor y de elección igual de poderosos y desde luego igual de legítimos.

Hay maneras sutiles de recordar a los muertos, de hacerlos presentes. En Nueva York, en invierno, a mí me gusta llevar un sombrero de alas cortas y caídas que era de mi padre. Miguel se puso estos días una camisa, un chaleco y una gabardina imponente que fueron de su abuelo Manolo. Y para tener más presente a Manolo, mi otro padre, yo me puse para recibir el premio una corbata suya. Como no tengo costumbre de llevar gemelos, Javier Cámara hizo esa tarea por mí. Y al verlo me acordé de que hace 17 años, cuando entré en la Academia, también tuve que ponerme gemelos. Quien me ayudó entonces fue otro Paco inolvidable, otro cómico, Paco Valladares.