Hechos, cifras

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Hace unas cuantas mañanas atravesé Madrid en mi bici para presentar en el Instituto Elcano, junto a Emilio Lamo de Espinosa, el último libro de William Chislett, un encargo de la Oxford University Press que ojalá se traduzca cuanto antes al español, “SPAIN: What Everyone Needs to Know”. Pertenece a una serie en la que autores cualificados han de resumir en doscientas páginas lo más significativo de la historia y la realidad presente de un país. Uno de los grandes aprendizajes de mi vida adulta ha sido, está siendo, el de la capacidad anglosajona para la claridad, la precisión y la síntesis. Es un gran antídoto de la tendencia palabrera de nuestra cultura, tan rica en vaguedades y fantasmagorías y tan poco propensa a la observación paciente de la realidad. Quizás nos falta la tradición de empirismo de países más al norte, el hábito de contar y medir antes de opinar y tomar decisiones. Hay maneras bastante precisas de medir la radiación solar en la superficie de Marte pero nosotros carecemos de cifras fiables sobre los participantes en una manifestación patriótica o sobre la fortuna del tesorero Bárcenas o el importe de las cenas y barras libres que la UGT de Andalucía cargó a los fondos de formación para parados.

El libro de Chislett está pensado para lectores forasteros que tengan algún interés en disipar estereotipos o malentendidos sobre España, pero yo creo que donde más interés puede tener es dentro de nuestro país. Una tabla de dos páginas, en la que se comparan los datos fundamentales de 1975 y los de 2012, sirve para esclarecer la historia reciente de España con más eficacia que casi todas las divagaciones entusiastas o apocalípticas sobre la transición. A Chislett se ve que le produce un asombro inextinguible la capacidad de nuestra clase política para poner las fantasías delirantes por encima de la realidad y para envenenar de partidismo y cizaña cualquier tentativa de ponerse de acuerdo en las tres o cuatro cosas fundamentales sobre las que se sostiene la normalidad de un país. Yo los veo en los telediarios fantasear y fulminar en sus mítines y me pregunto en virtud de qué lógica demente optan casi siempre por lo inepto, lo insensato, lo dañino. Como una cosa en la que no suelen destacar es el dominio de otros idiomas, es todavía más urgente que alguien les traduzca el libro de Chislett.