Filología

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Mi amigo el poeta José Gutiérrez me escribe para contarme que acaba de ver en un librería de Granada la edición crítica de Sefarad que ha hecho Pablo Valdivia. Filología es, literalmente, amor por la palabra. Filología es la mezcla de rigor técnico y afición apasionada que le permite a alguien que conoce y ama un texto literario ofrecerlo al lector en las mejores condiciones posibles: comparando ediciones, revisando manuscritos originales y pruebas corregidas cuando son accesibles, identificando y corrigiendo en lo posible errores que se han trasmitido de edición en edición, a veces durante siglos.

La filología me parece ahora más necesaria que nunca: precisamente porque gracias a Internet puede dar la impresión de que cualquier texto literario es accesible en cualquier momento, que los libros existen como rocas o plantas en una forma casi natural, invariable y segura , y por lo tanto basta un clic para tenerlos instantáneamente a mano, sin ningún esfuerzo. Nada más falso. Detrás de cada uno de esos clásicos que se regalan como gangas sin valor al comprar un lector electrónico hay, si el texto no es un fraude, esfuerzos enormes de investigación, desvelos de traductores y filólogos. Eso que llaman ahora trazabilidad  es tan importante para fiarse de un libro como de un besugo. Al principio de cada curso, cuando doy la lista de lecturas para la clase, insisto siempre en la necesidad de asegurarse la procedencia de los textos con los que se va a trabajar: ediciones críticas, si es posible, y si se trata de traducciones, con el nombre del traductor y la fecha de la traducción bien claros, porque las traducciones varían enormemente de calidad, y hasta las mejores se quedan obsoletas al cabo de unos años. No envejece el original, misteriosamente, pero sí la traducción. Por eso se dice que cada generación requiere nuevas traducciones de los clásicos. Una de las cosas que más envidia me dan de la cultura francesa es la enorme abundancia de traducciones rigurosas y ediciones críticas de toda la literatura universal en libros de bolsillo visualmente atractivos, sólidos y baratos.

Ayer nos tocaba “La muerte en Venecia” y uno de los estudiantes leía en voz alta, traducido al español, el pasaje que más le había impresionado: el clímax al final del capítulo cuarto, cuando Aschenbach, inesperadamente, de noche, se cruza tan de cerca con Tadzio que habría podido tocarlo. “Se dejó caer en un banco”, leyó Antonio, “y, fuera de sí, aspiró el perfume de las plantas”. Y a continuación levantó los ojos del iPad en el que estaba leyendo. Para él, ahí terminaba el capítulo. Por descuido, o a propósito, el responsable o irresponsable de ese texto había dejado fuera el momento clave de la novela, el más estremecedor y -en la época de su publicación original- el más escandaloso. Lo copio aquí en la traducción de Juan José del Solar publicada por Edhasa en 2008:

“Después, apoyándose en el respaldo, los brazos indolentemente caídos, abrumado y sacudido varias veces por escalofríos, musitó la fórmula fija del deseo, imposible en este caso, absurda, abyecta, ridícula, y, no obstante, sagrada, también aquí venerada: ‘Te amo’”.