Sobre el valor de la poesía

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Unos niños que juegan en la orilla de un río ancho y lento ven acercarse el cuerpo de una mujer que flota bocabajo en el agua, el pelo largo y suelto moviéndose como una masa sumergida de algas. Una señora mayor que de joven debió de ser hasta cierto punto elegante y atractiva, fantasiosa de una manera sentimental, vive sola con su nieto adolescente en una ciudad de Corea cuyo nombre no llega a decirse, y que está a la orilla de ese río, entre montañas boscosas. La señora se inscribe en un curso de poesía, en un centro cultural que podría encontrarse en un barrio español, en una ciudad española con extrarradios igual de genéricos. Al curso acude gente aficionada, hombres y mujeres, algunos jubilados, ninguno de ellos con aire de haber estudiado una carrera, o de tener un trabajo muy distinguido. El profesor es un hombre apacible, sonriente, algo gordito, con gafas redondas. El día de la primera clase, delante de la pizarra, el profesor saca del bolsillo una manzana y pregunta: ¿Cuántas veces habeis visto una manzana? ¿Mil, cien mil? ¿Cuántas veces os habeis fijado en ella? Los alumnos atienden y sonríen con timidez, los cuadernos abiertos sobre los pupitres.

La película se titula Poetry. Creo que también se ha estrenado en España. Es de Lee Chang-don, un director coreano del que yo no sabía nada. La actriz sobre la que reposa toda la historia, su centro emocional y moral, es Yun Jung-hee Back. Esta mujer irá descubriendo el lugar de la poesía en la vida y también el de la responsabilidad y la pérdida. Las mismas aguas que se ven y se escuchan fluyendo al principio regresan en el plano final. Se encienden las luces y nos quedamos inmóviles en los asientos. Nos ponemos los abrigos despacio, sin hablar todavía, preparándonos para el frío de este invierno regresado que nos aguarda en la calle. Por fortuna junto a estos Lincoln Plaza Cinemas a los que venimos tantas veces, porque ponen siempre películas minoritarias, está el restaurante Fiorello’s, grande y acogedor, donde nos gusta tanto venir después del cine o de un concierto en Lincoln Center. En Fiorello’s nos tomamos una pizza con unos vasos de tinto siciliano y por fin conversamos sobre la película, despertando poco a poco de ella, sobrecogidos por su hondura, por su belleza, por la deliciada naturalidad con que está hecha, tan llena de pormenores sutiles. De la mirada y de la expresión dulce y triste de esa mujer no vamos a olvidarnos en mucho tiempo. Me hipnotizan los ideogramas que en coreano quieren decir poesía.